24/12/07

Nochebuena

Paula solía pasar la mayor parte del día contando pestañeos. Pensaba que en cada uno de ellos el mundo podía cambiar de color. Le gustaba andar descalza por el suelo, sin importarle el paso de los días o las estaciones. Decía que así sabía siempre sin lugar a dudas donde se encontraba. El suelo no miente. Dibujaba sueños en el aire que después diluía con un leve soplido, dejando que las imágenes se disipasen muy lentamente en sus pupilas. Paula sabía que la realidad era un arma poderosa capaz de hacer añicos cualquiera de sus deseos, por eso los guardaba sólo para ella, en ese rincón perdido cuya única llave protegía con recelo en lo más profundo de su corazón. Elías pasaba las tardes sentado en el mismo parque de siempre, contemplando como sus manos y sus ganas se debilitaban cada segundo un poco más. Le gustaba canturrear viejas melodías, cerrando los ojos y viendo en cada nota un color diferente. Solía leer en los ojos ajenos y dibujar sonrisas aterciopeladas. Elías hacia mucho tiempo que había dejado de tener miedo a la muerte, lo que no conseguía era dejar de tener pánico a la soledad, aún cuando junto a su bastón, era su única compañera inseparable. Paula hacía muchos años que había decidido hacer las maletas, meter en ella lo poco que tenía, lanzarse al mundo, y no mirar atrás. El pasado no deja de ser sino un exceso de equipaje. En estas fechas su buzón permanecía vacío, nadie se acordaba de felicitarle la navidad. Después de mucho tiempo había conseguido que ese vacío dejara de dolerle tanto, aunque seguía esperando. Elías consumía su vejez postrado en una casa vacía y fría, donde recibía las llamadas ocasionales de su único hijo. Allí esperaba, como siempre, la excusa correspondiente por la que este año tampoco podrían ir a visitarlo. Las navidades recalentadas de sobre de cada invierno. Paula se sentó en un banco del parque aquella tarde buscando un lugar donde olvidar y dejar de esperar. Un pestañeo, dos pestañeos, tres pestañeos, cuatro pestañeos… y el mundo igual de gris. Se le escapó una lágrima furtiva que fue a parar a la retina siempre atenta de Elías. La hizo suya aspirándola con fuerza desde donde estaba. El mundo se empaña cuando las lágrimas lo nublan. Se levantó despacio y se sentó junto a ella. Durante mucho rato ninguno dijo una palabra. Paula miraba al infinito buscando una señal. Elías se sentía acompañado. Le tendió la mano y ella la cogió sin miedo. Paula respiró hondo y pestañeó de nuevo. De repente el mundo se volvió azul. - Hoy es nochebuena. – dijo ella sin esperar otra contestación que el silencio.- ¿Tienes alguien con quien pasarla? - Sí- contestó él sin mirarla siquiera- Te estaba esperando. Paula sonrió. Se levantó y ofreciéndole el brazo le dijo. - Pues vamos…

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